Aún preguntan porque nosotros me da miedo.
Hay gente que ha venido e intentó remover mis cimientos, sin más resultado que mi pasividad ante sus intentos de hacerme feliz, creo.
Entonces, su desesperación y dolor se apoderaba de ellos, cogían sus herramientas y se iban. Algunos pegando un portazo, otros sin decir nada, pero al fin y al cabo, desaparecían. No, no dolían y si lo hacían, era efímero pero nada comparado con lo que me producía verte marchar sin saber cuando regresarías.
Tú, yo, nosotros, sin embargo, nos hemos despedido de todas las formas habidas y por haber, pero (y no sé cómo) hemos vuelto igual.
Una despedida con un portazo tan fuerte como cuando volví y la cerraste, temiendo mi huida.
Una despedida en silencio que se rompió una tarde cuando volviste a hacerme tocar el cielo.
Nos hemos mirado a los ojos cargados de miedo, alegría, ganas, decepción, rabia, desprecio... tantos sentimientos que aún recuerdo y por ello mi miedo.
¿Y si pasan los años y no nos superamos? ¿qué haremos? Que hago si cuando creo encontrar salida mi cuerpo te echa de menos. Mis manos buscan hacerte cosquillas. Mis mejillas sonrojarse. Mis labios fruncirse ante tus pullitas buscando mi pique. Mi cerebro buscando esa conexión maldita, esa que le hace estallar al no encontrar cordura ante tanto deseo de querer lo indomable, de intentar unir unos polos muy opuestos y tan poco iguales.
Supongo (y espero) que un día nos dejemos de preocupar por el otro. De encontrarnos en tropiezos planeados. De querer nuestros abrazos. De después de mil besos, seguir volviendo a caer en los nuestros. Que nos importemos menos y confiemos más en aquel futuro sin explorar.
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