19 de julio de 2015

Estaciones

Doscientas sesenta mañanas y casi dos estaciones sin ti.
El invierno no ha sido ni duro ni frío.
La primavera no me ha hecho llorar de alergia,
aunque alguna vez sí por ti.

Las flores me recordaban que no tendría mi regalo (tan esperado) de alguien demostrándome lo especial que soy en su vida y dejando caer que no quiere que llegue ese día, el de nuestra despedida.

Midiendo el tiempo, porque amor (nuestro) ya no existe, es ceniza.

Maldita mala costumbre que tiene la vida de hacer recordar lo que estamos olvidando. De decirnos entre el viento, entre las hojas del otoño o en ese color de las flores, que ya no estás aquí.

Me he ahogado en palabras no dichas, respetando mi dignidad, ya que orgullo no existía. 
Sin hablar que casi olvido el amor propio.

Mantengo la esperanza de que me engañabas cuando te decía que te dejaba marchar y soltabas un argumento en el que finalmente decías que me creías. 
Mantengo la esperanza, porque sino, porque entonces, porque si es así nunca me llegaste a conocer y que triste sería haber dado tanto por alguien que te quiso tan poco.

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