No sé la escala de intensidad que puede existir, pero son casi las doce y estoy tan triste que he abierto la botella de whisky para beber sola.
No sé cómo he acabado releyendo y escuchando nuestros últimos mensajes cuando es algo que he evitado a toda costa como forma de autodefensa desde aquella noche.
No sé cuánto vas a doler, ni cuánto tiempo va a durar, pero sí sé de memoria todo este proceso y eso me ayuda porque sé que acabará pasando.
Sigo en la fase de mencionarte en todas mis conversaciones, en vincular cada momento contigo y en enfadarme conmigo por no olvidarte.
He procedido a la famosa fase de salir de fiesta, porque encerrarme ya no estaba bien visto. Pese a ello, he terminado en las escaleras de la discoteca hablando de ti a la chica que fumaba mientras me escuchaba.
He visto que tú ya has pasado página, que has salido y reías cómo si no hubiera pasado nada. Que ahora buscas a otras y quiero impulsarme en ello para pensar que me hiciste un favor, pero a quién engañar si aunque eso que viví hubiese sido mentira, lo repetiría porque, como les decía a ellas, estaba en una nube.
Siento que lo que aplazaba con el resto, a ti te lo di de golpe. Sigo sin saber el motivo de nada. De cómo empezó todo, de cómo se desarrollaba, de por qué dije eso aquella noche, de por qué todo fue tan rápido cuando hice planes a largo plazo.
No quiero estar sola (pero tampoco lo temo), ni tengo ganas de algo serio, pero no porque me hayas hecho daño, sino que mi ilusión y mis ganas las eché en ti y sino es así, que no sea nada.
Por último, ni quiero ni tengo en quién ilusionarme. No tengo prisa en superarte.
Creo que acabo de encontrar la respuesta a todo este desastre.